En el año
1879, el jesuita Antonio Vicent creó los Círculos Católicos basados, en gran
medida, en los Círculos Obreros franceses. Estos Círculos eran una suerte de
casinos populares que pretendían apartar a los obreros de las tabernas, un
objetivo que compartían con las Casas del Pueblo, pero que contaban con el
apoyo y control de los patronos.
En 1891,
el papa León XIII dio un giro fundamental en cómo la Iglesia había abordado la
cuestión social hasta el momento, ofreciendo una alternativa al movimiento
obrero. En ese año se publicó la encíclica Rerum Novarum. En
la encíclica las organizaciones católicas encontraron una carta de derechos
sociales, así como la primera clara doctrina oficial de la Iglesia en materia
social. La Iglesia terminó por ser consciente no sólo de los abusos que el
sistema capitalista generaba, sino también que no bastaba con pedir resignación
a los obreros y apelar a las conciencias de los patronos. Pero eso no
significaba que se defendiese la lucha de clases, que fue especialmente
condenada. La propiedad privada era sagrada y el socialismo era una doctrina
considerada errónea y materialista. Para conseguir la convivencia social había
que apelar a la justicia, aunque también a la caridad, como medios para
resolver los conflictos. El Estado debía garantizar los derechos de los más
desfavorecidos, proteger el trabajo y promover una legislación social.
Por otro lado, la Iglesia defendía la creación de un sindicalismo católico que
hiciera competencia al sindicalismo de clase.
La
Iglesia quería que los Círculos Católicos adquiriesen un cariz social del que
habían carecido. En el caso español, en el año 1895 se constituyó en Madrid el
Consejo Nacional de las Corporaciones Católico-Obreras, que agrupaba a los
Círculos, Cooperativas y Patronatos Católicos.
Los
sindicatos católicos en España alcanzaron su máxima expansión en el reinado de
Alfonso XIII, especialmente entre 1917 y 1923, en plena crisis del sistema de
la Restauración, en una época de intensa conflictividad social. Fueron
organizaciones confesionales en sus denominaciones, organización e ideología.
Fueron impulsados por personalidades eclesiásticas y se configuraron de forma
interclasista con un marcado carácter paternalista y claramente vinculados a la
patronal. No defendían ideas reivindicativas ni de lucha social, aunque sí
persiguieron objetivos profesionales. Todas estas características les valieron
el calificativo de “amarillistas” por parte del sindicalismo de clase y de la
izquierda.
Aunque
estos sindicatos tuvieron rasgos comunes, también conviene señalar que hubo una
gran variedad organizativa, fruto de las distintas tendencias en el seno del
catolicismo español. En el sector industrial y de servicios destacó la Acción
Social Popular, que aunque no terminó en configurarse como sindicato fue
considerada la iniciativa más importante del catolicismo social catalán del
siglo XX. Acción Social Popular impulsó el sindicalismo confesional en Cataluña
y en España entre 1908 y 1916. En ese año pasó a denominarse Acción Popular.
En Madrid
destacó el Centro Obrero Católico de Madrid pero sin conseguir las cifras de
afiliación de los sindicatos de clase. La patronal ejerció sobre este sindicato
una clara influencia junto con los jesuitas.
La Casa
Social Católica de Valladolid se constituyó como una de las iniciativas
sindicales católicas más importantes de toda España. Agrupó a diversos
sindicatos creados a partir de 1913 y sin injerencia patronal. Entre estos
sindicatos obreros destacaron el ferroviario y el minero de ámbito estatal.
Ambos sindicatos tuvieron órganos de expresión.
Otros
sindicatos fueron los siguientes: Sindicatos Independientes en Oviedo y
fundados por Arboleya, la Federación de Uniones Profesionales de Bilbao, la
Unión de Sindicatos Obreros Católicos de Zaragoza, la Casa de Obreros de San
Vicente Ferrer de Valencia, la Unión de Sindicatos Católicos del Centro Obrero
de Vitoria, los Sindicatos del Círculo Católico de Obreros de Burgos y en
Santander. Fueron importantes los Sindicatos Católicos Libres fundados por los
padres Gafo y Gerard, y la Solidaridad de Obreros Vascos.
Es
importante destacar la Sindicación Católica Agraria, reunida en la
Confederación Nacional Católica Agraria, que en 1919 formó la mayor
organización agraria española. En el ámbito rural castellano el sindicalismo
católico alcanzó una importante implantación.
En
tiempos de la II República estos sindicatos entraron en una fase de crisis que
no pudo superar el intento de unificación en la Confederación Española de
Sindicatos Obreros (CESO).
En
el último número de “El Socialista” de 1904 (982) se publicó un artículo en el
que podemos estudiar la visión que el socialismo español tenía del sindicalismo
católico, de los denominados Círculos Católicos, en el momento en el que
comenzaban a despegar. El texto comenzaba con una crítica frontal hacia la
Iglesia, acusándola de no haber conseguido terminar con el antagonismo de clase
ni remediar el estado de los oprimidos, de los que había sufrido “esclavitud en
una u otra forma”, aunque en ese momento simulaba un interés por los
trabajadores. Pero el verdadero objetivo de la Iglesia no sería otro que el de
retrasar el triunfo de las ideas que verdaderamente buscaban terminar con su
poder, además de prestar ayuda a la patronal en su conflicto con los obreros.
Esas serían las razones por las que se habrían creado los Círculos Católicos.
El
artículo se interrogaba sobre si la Iglesia conseguiría esos objetivos. La
respuesta era negativa. La Iglesia no podía detener la evolución económica y
social que provocaba la lucha obrera para conseguir mejoras y para la
emancipación futura, suprimiendo la explotación de los hombres. La ayuda de la
Iglesia a los patronos sería ineficaz porque, pensaba “El Socialista”, que
cuando se produjera un conflicto serio entre patronos y obreros, los
trabajadores de los Círculos Católicos tendrían necesariamente que luchar al
lado de los de su clase. Los trabajadores que en el pasado podían haber estado
al lado de los curas se separarían de ellos al ver de qué lado se posicionaban
éstos.
Para
el socialismo español el daño que los Círculos Católicos pudieran ejercer al
movimiento obrero era insignificante porque ya era una realidad el aumento de
la conciencia de clase obrera que permitía identificar a los enemigos de los
trabajadores, así como de todos los medios que empleaban los patronos para
enriquecerse. Era evidente, siempre según el periódico, que los trabajadores
eran conscientes de la alianza entre los empresarios y los curas, y que los
Círculos Católicos, organizados por ambas partes, no se habían establecido para
beneficiar a los proletarios. Además, los obreros no eran tan inocentes para
creer a quienes vivían a costa de los demás.
A
los Círculos Católicos solamente acudirían los trabajadores más egoístas, en
busca de una “mezquina protección” o una “ruin limosna” de los “verdugos de su
clase”. El sindicalismo católico no podría frenar el empuje del creciente
movimiento obrero de clase. La realidad, como constata la historiografía, no
fue totalmente así, porque, aunque es evidente que el sindicalismo de clase
–UGT y CNT- fue hegemónico en España hasta el final de la guerra civil, el
católico no fue marginal.
Eduardo Montagut
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