En la sociedad industrial del siglo XIX los obreros terminarían por desarrollar una conciencia de clase propia y surgirían nuevas formas de conflictividad social, desde la destrucción de máquinas a la creación de asociaciones de trabajadores, participando también en las luchas políticas. Este nuevo fenómeno social y político es denominado en la Historia como movimiento obrero.
La conflictividad social no nació con la Revolución Industrial. En el Antiguo Régimen era frecuente que estallaran motines provocados por la carestía de los alimentos y la presión fiscal que soportaban los grupos populares del Tercer Estado. Esas revueltas terminaban siempre con una dura represión, aunque el poder procuraba compensarla con algunas concesiones. Pero la industrialización trajo, además de la creación de una nueva clase de los obreros, nuevas formas de acción y conflicto social.
Las revoluciones políticas liberales abolieron las cargas feudales a las que estaban sometidos los campesinos y las regulaciones gremiales de los artesanos. Además, el liberalismo estableció la libre contratación y la prohibición de que existieran organizaciones que agruparan a los trabajadores. Las contrataciones y relaciones laborales se debían establecer de forma individual entre el patrono y el trabajador, según las leyes del mercado de la oferta y la demanda de trabajo. Como la mano de obra era muy abundante, a causa del éxodo rural de los campesinos en busca de trabajo en las ciudades y de la salida de los artesanos de los gremios abolidos, los empresarios hicieron contratos con bajos salarios. Pero, además la nueva economía industrial se caracterizaba por crisis periódicas que hacían crecer el desempleo. Así pues, surgieron nuevos y constantes motivos de conflicto social.
La concentración de un elevado número de trabajadores en las fábricas y en los barrios obreros facilitó la movilización del proletariado y la creación de organizaciones para defender sus derechos.
Los obreros comenzaron por destruir máquinas al considerar que eran las causantes del desempleo y de la bajada de salarios, pero, muy pronto la conflictividad social se encaminó hacia la lucha por el reconocimiento del derecho de asociación, es decir, del derecho a poder crear organizaciones estables o sindicatos para defender sus derechos. La lucha se orientó, posteriormente, hacia la mejora de las condiciones laborales: reducción de jornada de trabajo y aumento de los salarios. Además, los trabajadores comprendieron que se podían alcanzar sus reivindicaciones si conseguían el reconocimiento de sus derechos políticos: votar y ser votados y, de ese modo, poder influir en la legislación y el gobierno.
La aplicación de los nuevos inventos de las máquinas textiles provocó un claro empeoramiento de las condiciones laborales de los trabajadores: bajada de salarios y aumento del paro. Un máquina podía hacer más trabajo y, en ocasiones, hasta mejor, que el que hacían los trabajadores. Así pues, no parece extraño que los obreros expresaran su descontento destruyendo las máquinas. Estas acciones tenían algún grado de organización, aunque muy rudimentario. Los trabajadores enviaban comunicados amenazadores a los empresarios antes de una acción violenta contra las máquinas. Siguiendo una vieja tradición, eran firmados con el nombre de Ned Ludd, un legendario calcetero que, supuestamente, fue el primero en romper el bastidor de un telar. Ese es el origen del nombre de este movimiento -ludismo- y que se refiere a las acciones organizadas por los trabajadores ingleses en los últimos decenios del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX, contra la maquinaria. Estas destrucciones fueron duramente reprimidas por el gobierno con penas de muerte para los autores. Acciones parecidas se dieron en otros países europeos, incluyendo España.
Las asociaciones de trabajadores se formaron muy pronto; de hecho, algunas fueron transformaciones de los viejos gremios a la nueva situación industrial, pero todas las organizaciones estaban prohibidas, pues se consideraba que iban contra la libertad de empresa y de contrato. En Inglaterra se dieron las Combination Acts de 1799 y 1800, que prohibían explícitamente las organizaciones de trabajadores. En Francia se aprobó la famosa Ley Le Chapelier, por el nombre de su autor, en 1789, y que establecía el fin de los gremios y la libertad de poder ejercer cualquier trabajo u oficio y la libertad de empresa. También prohibía que se creasen organizaciones o asociaciones de empresarios, artesanos u obreros.
Así pues, el derecho de asociación y reunión fue una de las primeras reivindicaciones de los trabajadores, especialmente de los británicos. En 1824 se consiguió que se reconociera este derecho en Gran Bretaña. Al calor de esta ley se formaron las primeras asociaciones de trabajadores.
Las primeras organizaciones fueron las Sociedades de Socorro Mutuos, que tenían como objetivo el auxilio de sus asociados ante los riesgos físicos de enfermedad, accidente o muerte con fondos que provenían de aportaciones de los asociados. A menudo, contaban, también con cajas de resistencia para mantener a sus miembros en las épocas de huelga. Si las primeras no tardaron en ser legales las segundas fueron duramente reprimidas.
Los nuevos sectores laborales comenzaron a destacar en el asociacionismo obrero. La huelga se convirtió en el principal instrumento de presión. En Gran Bretaña los mineros, los trabajadores de las fundiciones, de las fábricas de máquinas de vapor y de las hilanderías de algodón organizaron asociaciones estables en la década de los años treinta. En este sentido, destacó la Asociación de Mineros Británicos que ya en 1844 tenían unos 60.000 miembros. Esa asociación tenía como objetivos la mejora de las condiciones laborales –reducción de la jornada de trabajo- y aumento del salario. Estaban naciendo los sindicatos (trade unions en Gran Bretaña), como asociaciones de trabajadores en defensa de sus intereses. En principio, eran de oficios, es decir, que reunían a miembros de una misma profesión pero, con el tiempo se convirtieron en sindicatos de industria, es decir, que agrupaban a todos los trabajadores de un sector, con independencia de su profesión o cualificación. En siguientes etapas esos sindicatos se fueran uniendo en un nivel local, regional y, por fin nacional. Ya en 1834 existía en Gran Bretaña la Grand National Consolidated Trades Unions. A mediados del siglo, agrupaba a unos 600.000 trabajadores.
En el resto de Europa y Estados Unidos, el proceso de creación de sindicatos fue posterior. Los sindicatos nacionales aparecen en la segunda mitad del siglo XIX: en Alemania estaría la Asociación General de Trabajadores Alemanes de 1863, en Estados Unidos se crea en 1886 la AFL (American Federation of Labour), y en 1895 nace la CGT (Confédération Générale du Travail) francesa.
disturbios cartistas |
A finales del siglo XIX, la fuerza del sindicalismo es evidente, como lo demuestran su lucha por la jornada de ocho horas y la celebración reivindicativa en grandes manifestaciones del Primero de Mayo.
De forma simultánea al desarrollo de los sindicatos en Gran Bretaña, los obreros se orientaron hacia la lucha política, con el objetivo de conquistar la igualdad de derechos para todos los ciudadanos. De ese modo, surgió el cartismo, un movimiento de masas, cuyo auge se produjo entre 1838 y 1848, y que se proponía conseguir los derechos políticos para los trabajadores.
En el año 1838, la Asociación de Trabajadores de Londres, dirigida por William Lovett, elaboró la Carta del Pueblo, en la que se reclamaba el sufragio para todos los varones mayores de veintiún años, el voto secreto, elecciones parlamentarias anuales, la abolición de los requisitos de propiedad para ser miembro del Parlamento, la asignación de un sueldo a los parlamentarios y distritos electorales equitativos.
El cartismo movilizó a la mayoría de los trabajadores y de las clases populares con un objetivo político claro: la democratización del estado. La primera petición al Parlamento que se hizo por el movimiento, se presentó en 1839, respaldada por más de un millón de firmas. El Parlamento británico rechazó por tres veces las peticiones y el gobierno reprimió con dureza las huelgas e intentos de insurrección de los sectores más radicales del cartismo.
El movimiento terminó por debilitarse sin conseguir sus objetivos, pero, a largo plazo puede considerarse un éxito, ya que provocó que el estado británico emprendiera un largo proceso de reformas laborales, como la promulgación de una ley de asociación más favorable y aplicación de una legislación limitadora de la jornada laboral femenina e infantil, así como cambios políticos, ya que a lo largo del siglo XIX el derecho al sufragio se fue ampliando a través reformas electorales periódicas.
Pero la importancia del cartismo reside, especialmente, en que anticipó las grandes luchas políticas y sociales de los obreros en las últimas décadas del siglo XIX, cuando se promuevan y funden partidos políticos socialistas. Además, el cartismo demostró la capacidad de organización de los obreros en torno a objetivos comunes: la mejora de sus condiciones a través de la lucha política.
Eduardo Montagut
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