En esta época en la que se agudizan las diferencias sociales, fruto de la combinación de la crisis económica y de los recortes brutales del Estado del Bienestar, generados por la aplicación de las políticas del neoliberalismo imperante, parece que ha resucitado el darwinismo social. En este trabajo haremos algunas reflexiones sobre esta cuestión.
Como es sabido, Darwin expuso una teoría en el siglo XIX, que explicaba que las especies evolucionaban como consecuencia de la selección natural, como parte de la lucha por la supervivencia, y que se transmitía hereditariamente. Pues bien, en esa misma centuria se hizo una aplicación de esta teoría científica a la sociedad. El primero que formuló esta aplicación fue Herbert Spencer. En grandes rasgos, el darwinismo social consideraba que la sociedad era un organismo vivo que evolucionaba como los seres vivos. La competencia entre los individuos era buena porque imprimía beneficios a la genética humana, mucho más que una buena educación, por ejemplo. Estas ideas hicieron fortuna y tuvieron mucho éxito en la Inglaterra victoriana y se expandieron por todo Occidente.
El darwinismo social sirvió a los grupos sociales económicamente dominantes para justificar las desigualdades sociales que se habían generado con el triunfo de la Revolución Industrial y el capitalismo. El darwinismo social se aplicó a las relaciones internacionales y el dominio colonial, a finales del siglo XIX. El premier británico, lord Salisbury explicó esta idea en un discurso del año 1898. La Revolución Industrial y sus aplicaciones militares habían producido una división entre los países del mundo. Por un lado, estarían las naciones vivas, que se irían fortaleciendo cada vez más y, por otro, las moribundas, cada día más débiles. Por distintas razones –políticas, filantrópicas o económicas- las naciones fuertes terminarían por apropiarse de los territorios de las moribundas, provocando conflictos.
Por su parte, el nazismo y el fascismo, hicieron una lectura propia del darwinismo social para defender su teoría de la desigualdades entre los individuos, con las terribles consecuencias que todos conocemos.
El triunfo de la democracia y del Estado del Bienestar, después de la Segunda Guerra Mundial, parecieron enterrar el darwinismo social. Pero, sin lugar a dudas, ha reaparecido con el surgimiento del neoliberalismo, enemigo a ultranza de la intervención pública para corregir los abusos del mercado y para paliar las desigualdades sociales que genera, a través de la redistribución de la renta, garantizando los derechos sociales. El darwinismo social está presente en nuestro país en cada recorte que padece la educación pública, en la reforma de las pensiones, en la privatización de la sanidad, en el cobro de los medicamentos y tratamientos médicos, en la decisión de suprimir la tarjeta sanitaria a los inmigrantes sin papeles, en no dotar la ley de dependencia, en el adelgazamiento de las competencias en materia social de los ayuntamientos por la reforma local, etc.. Hoy nos gobiernan darwinistas sociales, aunque en vista de las elecciones suavizan sus medidas.
Eduardo Montagut
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