A principios del siglo XIX la sociedad rusa era eminentemente campesina. De un total de 40 millones de habitantes, 36 millones eran campesinos y casi todos siervos. La servidumbre había surgido a finales de la Edad Media. Con el paso del tiempo las obligaciones de los siervos hacia los señores habían crecido. Existían diversos tipos de servidumbre: siervos domésticos, siervos sometidos a la corvea o trabajo no remunerado, siervos sometidos al pago de una renta, etc.. Pero, además de su mala situación económica, los siervos no sabían leer ni escribir y vivían en una posición de indignidad. Podían recibir castigos corporales y si eran llamados al servicio militar tenían que servir media vida.
En la cúspide social se encontraba la nobleza que monopolizaba la oficialidad del ejército y los principales cargos y puestos en la compleja administración imperial rusa. Esa nobleza era la dueña de casi toda la tierra y gozaba de todo tipo de privilegios. Sin lugar a dudas, era la nobleza más poderosa de toda Europa. Su riqueza se medía en las “almas” que poseían, casi más que en la cantidad de tierra.
Durante casi todo el siglo XIX no hubo casi burguesía en Rusia, con la excepción de Polonia, que pertenecía al imperio. La sociedad rusa, por tanto, tenía una amplísima base campesina y una minoría nobiliaria por encima.
Pero a mediados del siglo se produjo una verdadera conmoción nacional que provocó un importante cambio en la sociedad rusa. La derrota en la guerra de Crimea puso de manifiesto que el gigante ruso no se sustentaba en sólidos cimientos: inferioridad militar provocada por una nula industrialización, sin ferrocarriles y con muchos siervos que se negaron a combatir como soldados. En Rusia se comenzó a cuestionar este modelo social desde varios frentes, siendo el literario uno de los más activos. El zar Alejandro II fue consciente que tenía que impulsar la industrialización y previamente la emancipación de los siervos. Ese fue el momento en el que al zar y gran parte de la nobleza pensaron que era conveniente emancipar a los siervos, habida cuenta de los motines que se habían producido en plena guerra.
El 19 de febrero de 1861 se dio un ukase o decreto que abolía la servidumbre y emancipaba a los siervos. Podrían moverse libremente y disfrutar de su casa y de un lote de tierra equivalente al que tradicionalmente trabajaban. Pero durante dos años debían pagar corveas y censos, además de compensar al dueño de la tierra. Para ello, el gobierno otorgaría préstamos. En realidad, la tierra pasaba a ser propiedad de la comunidad campesina o mir, que se convirtió en la responsable legal de que los campesinos pagasen a los antiguos amos el importe de su redención.
La liberación no solucionó los problemas de los campesinos por el alto precio que tuvieron que pagar como indemnización.
En muchas comunidades de campesinos reinaba un claro descontento hacia el zar y la nobleza y fue el caldo de cultivo para que los narodniks o populistas defendieran que los campesinos debían ser los protagonistas de la revolución que terminara con el zarismo e impusiera un sistema donde la propiedad de la tierra fuera colectiva.
Desde el punto de vista económico, la liberación de los siervos no trajo consigo una modernización del campo, ya que no se introdujo la mecanización. La productividad del campo ruso siguió siendo bajísima.
El campo ruso vivió un duro último tercio del siglo XIX por lo que hemos comentado pero también por la bajada de los precios agrícolas en el mercado internacional a partir de 1873. Eso provocó continuas crisis de subsistencia o de hambre.
En conclusión, el campesino ruso pasó a ser libre pero su vida siguió siendo muy dura.
Eduardo Montagut
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